Entrevista en el Gran Café

Conociendo mejor al escritor y al ser humano


La escritora Ángela Puntes con Ricardo Serna, en el Paseo de la Independencia de Zaragoza

Entrevista frente a unas tazas de café

Por Ángela Puntes

      Llego a mi cita con antelación; la ocasión lo requiere. Ocupo una tranquila mesa redonda junto a la cristalera del Gran Café, en una esquina a modo de reservado, lejos del murmullo que conforman las voces de clientes y camareros. Espero a Ricardo Serna, colega y amigo. Más amigo que colega, dado que yo soy escritora de lenta producción y él, en cambio, es más prolífico que yo.
      La hora en punto, ni un minuto antes ni uno después y le veo entrar en el establecimiento con su cordial gesto de sobria simpatía, y con ese amago de sonrisa ilustrada que esboza siempre en su primera mirada.
      Ricardo y yo nos conocimos hace algunos años, cuando tuvo la gentileza –el placer, según él- de presentar mi poemario Sin tiempo para el desencanto. Hoy lo he citado aquí para hacerle una breve entrevista que comenzamos sin más dilación.

-Buenos días, Ricardo.
-Hola, Ángela. Me alegra mucho verte.
-Lo mismo te digo. Hoy no quiero andarme por las ramas ni contarte los avatares de mi vida. Pretendo hacerte una entrevista para que aparezca en tu blog porque así me lo han pedido.

-Muy bien, pues tú mandas.
-Vamos a ello, si te parece. Lo primero que debo preguntarte es porqué y para qué escribes, qué te impulsa a coger pluma y papel y a dejar en él tu marca de vida.
-Pues mira, escribo para paliar los miedos, para saber que puedo hacerlo medianamente bien, mejor cada día si me lo propongo. Y también para estar al corriente de lo poderoso que me siento en el mundo amigo de la ficción. Escribir es ejercitar un poder, y eso resulta placentero. Imagino que tú también lo habrás experimentado alguna vez con tus poemas.
-¿Cuál dirías entonces que es el mayor temor de un escritor?
-¿La impotencia de no llegar a dominar el medio escrito en el que se mueve?
- Oye, que las preguntas las hago yo…

-Vale, Ángela, tienes razón. Te respondo con la misma idea: para mí sería una pesadilla dudar seriamente si domino o no el ámbito literario formal; o sea, los entresijos creativos. Por fortuna, ese miedo es hoy en mí más teórico que real; casi postural, diría yo, porque soy consciente de que conozco bien las claves esenciales que regulan el proceso creativo. Pero en todo caso, ese temor se me antoja importante sufrirlo alguna vez. Un escritor sin miedos expresivos en su periodo de formación es un insensato que, posiblemente, termine escribiendo con poco estilo.
-¿Y qué me dices del hombre, del escritor? ¿Hay algo que temas hoy en día más que nada? ¿No crees que en ocasiones la literatura es una especie de exorcismo, una hermosa forma de liberación, o quizá un juego de nuestro ego más impertinente?

-Sí, algo de exorcismo tiene, claro. Escribiendo echa uno fuera ciertas molestias e inquietudes íntimas que fastidian o atormentan el espíritu. Uno se desfonda a veces con la escritura, se sincera y se explaya, se comunica. La creación literaria como encantamiento mágico es muy valorable y positiva, tanto para el autor como para ciertos lectores, que también se benefician del método. Es verdad, como dices, que la literatura tiene a la vez mucho de juego, de laberinto, de mundo aparte, incluso de esparcimiento cómplice con el receptor del mensaje.
-¿Qué dirías que es entonces el poder para el ser humano en general, y cómo utilizarías tú ese poder si lo tuvieses durante veinticuatro horas?

-El poder humano y el poder literario son conceptos diferentes. El poder que uno siente cuando sabe que domina el código de la escritura y que, por eso mismo, es capaz de influir en los lectores, es un poder que te hace fuerte a ti mismo, que tranquiliza y te reconcilia con el intelecto. Para que me entiendas, es una potencia que sana el interior del escritor, que te reafirma en tus criterios y que ayuda a mejorar en muchos sentidos como ser humano. Es un poder que no necesita de medida ni de límite porque se autorregula a sí mismo durante el proceso creativo. Sería un poder positivo. El otro, el poder de manejar al prójimo a través de la manipulación política o religiosa, ya es otra cosa. Como te digo, para mí son conceptos que, aun denominándose igual, poco o nada tienen que ver.
-Comprendo, sí. Una vez recuerdo haberte oído decir que escribir es como morirse sin moverse del sitio.

-Claro, es que la visión acerca del acto de escribir depende en buena medida del lugar donde te ubiques para mirar. Yo prefiero pensar que soy un dios del universo, un universo especial al que podemos llamar ámbito creativo.
-Ya veo que gozas escribiendo.

-Sí, muchísimo. Aunque a veces el goce puede trocarse doloroso, cansado, laborioso.

Ocupo una tranquila mesa redonda junto a la cristalera del Gran Café, en una esquina..

-Si te preguntase qué hace falta para ser un buen escritor, como tú, ¿qué me responderías?
-Lo primero, te daría las gracias por el requiebro; no sé si lo merezco [Sonríe abiertamente]. Para ser un buen escritor hace falta una formación humanística lo más amplia posible, ser un lector constante, selectivo, racional; y, por supuesto, escribir a diario con paciencia –y con el diccionario al lado- durante muchos años. La mejora, la progresión se nota lentamente, pero terminas viéndola en tus propios escritos de manera palpable si te sacrificas lo suficiente.
-¿Cómo gesta entonces Ricardo Serna sus ideas, sus historias literarias? ¿Hay algo que sea común a tus escritos, una característica por la cual te gustaría que se te reconociese?

-Me gustaría que se me reconociese por la calidad literaria, al margen de géneros. Pretendo ser reconocido como un escritor detallista, cuidadoso con la estética literaria de mis textos, con estilo propio. Las ideas para escribir algo -una novela, un cuento, un ensayo- surgen de repente en mi cabeza; las valoro, veo si pueden darme juego y me pongo a escribir. En realidad, no soy demasiado complicado a la hora de crear.
-Vamos un poco más allá. ¿Que te resulta más necesario a la hora de trabajar: la técnica, la belleza, la originalidad, la libertad para expresarte con exactitud...? ¿Y hay acuerdo en este sentido entre el hombre y el escritor?

-Es muy buena tu pregunta. Una vez, leyendo La vida oculta, de Soledad Puértolas, comprendí que una buena parte de los escritores vocacionales confundimos en algún sentido vida y literatura. En principio sabemos que son dos ámbitos distintos, pero nosotros no lo advertimos así. El hombre y el escritor han de estar de acuerdo siempre en todo porque son uno. Te hablo de mi caso particular, desde luego. Yo me despierto por las mañanas sabiéndome escritor, así que no tengo que fingir. Voy de escritor por la vida porque lo soy, porque me siento así, y ya está. Y como ves, no tengo pudor en decir la verdad al respecto. Ignoro si el resto de mis colegas opinarán como yo en este asunto.
-Me has contestado sólo a medias. Te preguntaba también qué te resulta más necesario a la hora de escribir…

-¡Ah, sí, disculpa, vaya cabeza la mía! Lo esencial, lo más necesario para mí es tener algo que decir –no ha de ser algo trascendental, ni mucho menos- y decidir luego el mejor modo de hacerlo.
-Siguiendo con el proceso de creación, ¿hay algo a lo que no estás dispuesto a renunciar cuando escribes?

-Sí, a la honestidad.
-A la honestidad contigo mismo, quieres decir…

-Claro, claro; conmigo mismo y, por consiguiente también, con mis lectores. Cuando un texto no me parece aceptable por cualquier causa, lo trabajo hasta que consigo una confección adecuada.
-Yo también creo que eres exigente contigo mismo. Y hoy por hoy, ¿tienes el listón muy alto?

-No sé qué decirte. Conforme el escritor va mejorando en calidad y forjándose un estilo, las cotas de autoexigencia van subiendo.
-Parece que lo que más valoras es el interés y la paciencia…

-Claro, desde luego. Un escritor no se hace en dos días. El tener facilidad expresiva por escrito es un paso importante, una ventaja; no hay duda. Pero a eso es inexcusable añadir el poso de lecturas, la dedicación, la carga de interés personal, la capacidad de autocensura y otros varios factores.
-Deduzco, pues, que no es escritor quien quiere, sino quien puede.
-Por supuesto que sí. Hay por ahí supuestos escritores que sólo tienen de escritores el apelativo que ellos mismos se dan. Por desgracia, en esta sociedad tan material y masificada, el hombre medio se deja apacentar dócilmente por los guías mediáticos de la manada y consume lo que le ponen delante, sin analizar si es de calidad o no.
-¿Crees que el escritor actual, en general, está lo suficientemente conectado a la realidad cotidiana del lector y a las necesidades que trata de cubrir con la lectura?

-No se puede ni se debe generalizar. A mí, las necesidades de los lectores no me preocupan. Me preocupan las mías, y en ese sentido reconozco ser egoísta. Si mis necesidades expresivas coinciden en el tiempo y el espacio con las necesidades de los que me leen, mejor que mejor. Pero no me planteo qué debo darle a mis lectores.
-Eso suena duro, Ricardo.

-[Se ríe un instante, quitándole hierro al asunto]. A lo mejor suena duro, no digo que no, pero te respondo la verdad.
-Sin embargo, a veces nos quejamos los escritores de que se nos lee poco. Quizá estemos cayendo en errores de planteamiento con este asunto, no sé. Oye, y si el escritor –tú, en este caso- tuviese que entonar un mea culpa por algún error que le impidiese aumentar el número de lectores, ¿cuál crees que debería ser? ¿Piensas, en cualquier caso, que existe un camino para cambiar esa tendencia?

-Mira, Ángela, el tema está muy claro: para tener muchos millares de lectores en España, y creo que en cualquier país de nuestro entorno cultural, es indispensable gozar del privilegio de la propaganda. Sólo las grandes editoriales son capaces de promocionar libros y, sobre todo, escritores. Fabricar un escritor comercial exitoso no es ningún misterio para los departamentos de promoción de las editoras emblemáticas. Lo hacen siempre que les conviene, sobre todo cuando prevén millones de euros de beneficio a medio o largo plazo. Es un mecanismo de marketing bien conocido, nada más.
-Pero a nadie amarga un dulce…
-¡Ah no, por supuesto que no! Yo te aseguro que me encantaría tener un millón de lectores en vez del millar aproximado que ahora leen mis libros. Pero, por desgracia, no tengo los contactos necesarios en ninguna de esas grandes editoriales. Ya sabes lo que dice el refrán: quien tiene padrino, se bautiza.
-Pensando en las nuevas tecnologías y en tu blog, ¿te parece, Ricardo, que pueden aproximarte al lector en algún sentido o, por el contrario, lo dispersan y lo alejan de las librerías? ¿Qué esperas de esta iniciativa de tus gestores comerciales?

-Pues verás: este blog pretende dar una imagen mía más cercana; incluso como persona. Y de paso, creo que busca una mayor proyección de mi imagen profesional en Internet.
-Ahora me gustaría que me hablases de valores. Hace poco leí un artículo tuyo, titulado “Una cultura enferma”, que me sugirió muchas reflexiones. ¿Opinas que vivimos una etapa de pérdida de valores sociales?

-Sí, la venimos viviendo desde hace años. Es algo palmario. La pérdida de valores me parece una consecuencia natural de una sociedad instalada en lo fácil, en lo cómodo, en el consumismo alocado, en el placer accesible. Y no creas que sólo se pierden valores –que tampoco se enseñan ni fomentan, por cierto-, sino que eso nos lleva a perder algo tan esencial como la buena educación y la urbanidad en la conducta social.
-Según tu diagnóstico, ¿cuáles serían los valores sin los que una sociedad está condenada al fracaso? ¿Y cómo ayuda la literatura en ese sentido, si es que lo hace?

-Los valores esenciales que no deberíamos perder nunca son los que dimanan del propio sentido de sociabilidad. Compartimos un ámbito humano, y ese ámbito hemos de respetarlo y cuidarlo todos, sin permisividades ni excepciones. Valores positivos como el respeto, la responsabilidad e integridad individual, la exaltación de la bondad personal, de la formación humanística y del trabajo bien hecho; el amor a la libertad sin extremismos o la exaltación de la fraternidad entre los seres humanos, me parecen valores elementales a conservar sobre todas las cosas.
-¿Crees que en la actualidad el escritor cumple lo que se espera de él? Y aún iría más lejos: ¿piensas que la sociedad espera algo del escritor más allá de sus escritos?

-Los escritores debemos cumplir con nosotros mismos. No creo en el compromiso político ni social de los escritores. El escritor ejecuta un trabajo estético y ahí queda, para quien lo quiera recoger. El mensaje de los escritores es, en cualquier caso, subjetivo.
-Bueno, se hace tarde y no quiero cansarte. Una última pregunta.

-Claro, como quieras.

          A través de la narrativa de Torrente, Serna descubrió las posibilidades creativas que tiene la prosa

-Me gustaría saber qué autores han dejado en ti más huella.
-He aprendido mucho de Gabriel Miró, de Antonio Machado, de Manuel Altolaguirre, de Luis Cernuda, de Pío Baroja y de Benito Pérez Galdós, de Alonso Zamora Vicente –un magnífico narrador, académico de la Real y buen amigo, ya fallecido-; y debo lo mío también a la obra y hacer de Gonzalo Torrente, de Miguel Delibes, al que respeté y admiré con hondura, a Luis Mateo-Díez, a Soledad Puértolas y a Francisco Umbral, al que conocí en la Universidad de verano de El Escorial hace ya un montón de años. A todos les adeudo algo porque ellos, y otros muchos, me han acompañado en mi devenir por los caminos durísimos e inigualables de la literatura.
-Me consta tu aprecio por Alonso Zamora, de quién habré de leer algo sin tardar mucho… ¿Qué es exactamente lo que te admira de él? ¿Y qué hallaste en su obra tan importante para tu propia búsqueda literaria?

-Nuestra relación empezó hace muchos años, cuando yo le obsequié con un ejemplar de La noche de papel, uno de mis primeros libros de cuentos. Eso fue a comienzos de 1990. Yo había leído ya varias obras suyas, en especial ensayos filológicos y artículos sobre lingüística y métrica poética. También conocía las soberbias narraciones incluidas en Desorganización, publicado por Espasa en 1975 en la archiconocida colección Austral, Primeras hojas, y Voces sin rostro; todos libros de cuentos. Me parecía un escritor de mucha talla. Admiré siempre su amplísima cultura, su facilidad para conectar con los personajes populares de sus relatos, la destreza descriptiva que tuvo y también –porqué no decirlo- su gran humanidad. Desde el año noventa nos carteamos, y fui conociendo al hombre que había detrás del académico. Leer su obra y mantener relación epistolar con él, me enseñó a madurar como escritor. Le estoy muy agradecido, tanto por sus opiniones generosas sobre mi obra como por la confianza humana que me ofreció a través de nuestra correspondencia. Jamás le pedí un favor, dicho sea de paso.
-Después de oírte, se entiende mejor esa devoción por el maestro. Dime, Ricardo: ¿cuál es tu obra predilecta?

-¿De las mías, dices?
-Sí, de las que tienes publicadas.

-Es difícil decantarse. Cada una tiene su aquél y además, al hablar de obras de distintos géneros, no se puede comparar con objetividad. Te diré que me gusta mucho Caballeros de la luz, un libro de cuentos que tuvo excelente acogida; lo veo muy redondo y ameno. Pero no dejaría en el tintero mi reciente novela Sombras de Madrid, que está recibiendo comentarios muy positivos de gente solvente. Y citaría, de igual manera, mis obras de ensayo.
-Ah, entre ellos Estudios masónicos.

-Sí, ese libro es fruto de muchísimas horas de trabajo a lo largo de varios años. Una entrega muy selecta, aunque esté mal que yo lo diga.
-Hace años, en 1998 si no recuerdo mal, ya te publicaron en Madrid otro ensayo sobre la Masonería y el padre Coloma…

-Sí, lo sacó la Fundación Universitaria Española, una entidad de mucho prestigio. Se titula Masonería y Literatura. La Masonería en la novela emblemática de Luis Coloma. Es un análisis del relato de Coloma desde la óptica de lo masónico. Está prácticamente agotado. Y es un tema en el que pienso insistir porque me parece apasionante. Esta misma Fundación publicará este año mi tesis doctoral, que versa sobre la misma cuestión. 
-Imagino que, aparte del éxito que tenga tu literatura en la ciudadanía de a pie, tus libros y trabajos de asunto masónico habrán hecho furor en el ámbito de las logias.

-¡No, por Dios, qué va! [Hace un mohín de sonrisa y enseguida prosigue]. En todo caso, al revés. Ya sé que suena raro, Ángela, pero te aseguro que los masones españoles de estas décadas no se han acercado apenas a la literatura masónica. Ni siquiera a la bibliografía selecta. Carecen de un nivel cultural medio alto y leen poco en las logias, incluso de asuntos relacionados con su propia tradición y origen. Muchos de ellos no saben dónde están, ni para qué. Y menos aún de dónde procede originariamente la Masonería.
-Pues suena extraño, sí.

-Ya lo creo, pero así son las cosas. Contradicciones de nuestra época, ya ves...
-Bueno, Ricardo, tenemos que dejarlo por hoy. Seguiremos en otra ocasión.
-Cuando gustes. Ha sido un placer.

   Recojo los trebejos. Y entretanto, mi amigo abona los cafés en la barra. Salimos fuera y nos despedimos en la puerta del establecimiento. Dejo atrás la visión de ese Ricardo Serna noble y educado: un intelectual con rasgos de bonhomía en el semblante, un hombre que no solo escribe bien, sino que además lo sabe.

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